sábado, 17 de marzo de 2007

Ajedrez de Capa y Espada

Comparto con Uds. un artículo publicado en la página oficial del I Festival Internacional de Ajedrez Ruy López, que se celebra en Zafra (España), del 17 al 25 de Marzo.

Festival de Ajedrez Ruy López

"Ajedrez de capa y espada en el siglo XVI"
por Juan Antonio Montero


“Que siempre el jugador procure de traer a su enemigo lo más fatigado y afligido que ser pueda. Porque trayendolo assi apretado, le cansara la fuerza de la imaginación y le hara cometer errores”. Ruy López de Segura. “Libro de la invención liberal y arte del juego del Ajedrez”. Año de 1561.

El capitán Alatriste es un espadachín a sueldo, veterano de los ejércitos españoles de Flandes (los legendarios Tercios de Flandes), que malvive en Madrid alquilándose por unos pocos escudos para enviar al otro mundo a quien le encarguen. Rival suyo en el oficio es el italiano Gualterio Malatesta, con quien ha compartido algún que otro trabajo y con el que se profesa un odio infinito. Ambos conocen y aceptan las reglas de su peligroso oficio, y saben que un día no demasiado lejano amanecerán cosidos a cuchilladas en cualquier esquina, como tantos otros a los que ellos han despachado.

Españoles e italianos compartieron mucho en los siglos XVI y XVII. Compartieron enemigos (franceses, ingleses, turcos, holandeses), compartieron religión, compartieron rey (puesto que gran parte de Italia se hallaba bajo dominio español) y compartieron también la supremacía en el ajedrez. Como muy bien retrata Arturo Pérez Reverte en la serie sobre el capitán Alatriste, aquellos no eran tiempos fáciles; y como no podía ser de otro modo, tampoco los usos y costumbres podían ser demasiado remilgados. No se debe cometer ni el error ni la injusticia de valorar a los hombres y mujeres de aquella época según los cánones por los que nos regimos hoy en día.

“...quando porna a jugar si fuere de dia claro, y al sol, procure que el enemigo tenga el sol de cara, porque lo ciegue; y si fuese obscuro, y se jugare con lumbre, hazer que la tenga a la mano derecha: porque le perturbe la vista, y la mano derecha que trae por el tablero, le haga sombra: de modo que no vea bien donde juega las piezas.” Ruy López. “Libro de la invención liberal…”.

El ajedrez que se practicaba por aquel entonces retrata a la perfección aquel tiempo y aquella forma de pensar: gambitos, apertura italiana, contragambitos y celadas. Ajedrez de guerra, en el que las piezas “nobles” (dama, caballos, alfiles y torres si había lugar) se lanzaban sin demora a la caza del rey contrario. Los peones significaban poca cosa: se les sacrificaba sin miramientos y casi se consideraban como un estorbo en muchas ocasiones. Como ocurrió en una batalla de verdad y no de tablero, la de Crezy, donde caballeros franceses aplastaron sin piedad a sus propios ballesteros genoveses, porque les estorbaban cuando se disponían a atacar al enemigo. Esto ocurrió a mediados del siglo XIV, pero realmente ni el pueblo llano ni tampoco los peones del ajedrez –que en realidad simbolizaban la “carne de cañón” de cada ejército-, gozaron de mucha consideración hasta que estalló la Revolución Francesa y junto a ella la revolución de los peones de Philidor.

Las partidas del siglo XVI eran breves y se desarrollaban de modo fulgurante. No duraban demasiadas jugadas y se adaptaban muy bien a la mentalidad de la época. Leonardo di Bona (o da Cutri) y Paolo Boi fueron los dos grandes jugadores italianos de aquel tiempo. Cualquiera de ellos, junto a Ruy López, puede considerarse como campeón del mundo en algún momento de la segunda mitad del XVI. Leonardo di Bona venció en el que se cataloga como primer torneo de Grandes Maestros de la historia: el disputado en Madrid en 1575, patrocinado por una Casa muy importante de aquel entonces. No era ninguna gran empresa, sino que era la Casa Real Española, representada por la figura de Felipe II, el rey más poderoso del planeta y al que le gustaba mucho el ajedrez. Di Bona se enfrentó a los mencionados Ruy López, Paolo Boi y al granadino Alfonso Cerón.

Ninguno de los dos italianos, Boi y Di Bona, por otra parte, eran tan peligrosos y malvados como su compatriota de las novelas de Alatriste, el sicario Malatesta: muy por el contrario, Paolo Boi fue un personaje extremadamente culto, alegre y elegante; Leonardo era un hombre generoso y afable. Sin embargo, hay muchos detalles de la vida de ambos que no desmerecen demasiado de la de su compatriota de ficción: Di Bona murió asesinado con cuarenta y cinco años, parece que a espadazos por un ajedrecista celoso; Paolo Boi murió probablemente envenenado, aunque a mayor edad. El primero salvó en una ocasión a su hermano de los piratas sarracenos gracias al ajedrez –ganando una apuesta que le hizo al capitán pirata-; y el segundo se salvó a sí mismo, también de los piratas y también gracias al ajedrez, ya que convenció al turco que le hizo esclavo para que le dejara jugar para él, con dinero de por medio. Ganó tales cantidades que su señor, agradecido, le concedió la libertad. Cosas del siglo XVI.

“Y por tanto este juego se juega en España mejor que en otras partes, por observarse mejor las propiedades de la milicia, en cuya semejanza esta compuesto este juego”. Una cita más de Ruy López, tomada del “Libro de la invención liberal…”, donde fue presentada en sociedad la legendaria Apertura Española.

El clérigo Ruy López, español de Zafra (Badajoz) y por tanto extremeño, no se vio envuelto en tantas aventuras como los dos italianos, pero fue también una persona viajera y que no rehuyó nunca polémicas ni enfrentamientos. Viajó a Italia, fue un humanista convencido además de un buen gramático, y atacó sin miramientos y bastante despiadadamente a aquellos con los que no estaba de acuerdo. Por ejemplo, al portugués Damiano, cuando cayó en las manos del español el libro de ajedrez que éste había publicado. Para Ruy López, el juego del ajedrez simbolizaba la guerra. No era sino un simulacro de batalla, con dos ejércitos enfrentados. Como en aquellos tiempos los españoles andábamos siempre enfrascados en guerras, concluía que por esta razón estábamos especialmente capacitados para practicar este juego. Viendo los consejos que proponía Ruy López para jugar al ajedrez, está bastante claro que no lo concebía precisamente como un juego de caballeros educados, al estilo del siglo XIX.

Muchos españoles de aquel tiempo, en cierto modo y salvando las distancias, se parecerían al capitán Diego Alatriste: gente sin muchos escrúpulos, tirando a pendenciera, con bastante sentido de la honra y que además no se arredraban fácilmente. Como dijo un poeta de los soldados de Flandes:

“…soldados que sufrían cualquier asalto,
pero que no sufrían (no consentían) que se les hablara alto”.

No sufrían que nadie les levantara la voz ni que les faltaran el respeto: ni sus jefes ni sus iguales. En España, en este aspecto, han cambiado mucho las cosas: ya no somos, afortunadamente, como en el siglo XVI. Muchos de nosotros somos capaces de sufrir (de consentir) que se nos hable incluso muy alto, con tal de seguir estando hartos. Hartos de dinero, de fútbol, de urbanizaciones, de concursos de la tele o de cualquier otra cosa parecida.

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